Tras las lluvias, han sido observados 60 ejemplares de esta especie única en el mundo, pero los expertos temen por su futuro porque gran parte de su hábitat natural está calcinado.

Crédito: Michael Murphy-AFP

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Australia lleva ardiendo desde el pasado mes de setiembre. El estado de Nueva Gales del Sur, en el este del país, es uno de los más afectados por las llamas. En total, el fuego ha calcinado el 80% de los hábitats naturales de 327 especies protegidas, entre las que figuran algunos de los iconos del país: los koalas, los canguros o los ornitorrincos.

Ante este escenario, el gobierno australiano decidió hace unos días lanzar comida desde helicópteros para intentar salvar la fauna del país, si bien hay algunas especies que han sobrevivido a los incendios forestales sin ningún tipo de ayuda, como es el caso de una babosa de color rosa fluorescente que vive en la cima del Monte Kaputar, ubicado al noroeste de Sydney.

Se trata de un curioso invertebrado perteneciente a la especie Triboniophorus graeffei y los que lo quieran ver tendrán que acercarse hasta el Parque Nacional Monte Kaputar, ya que no se encuentra en ningún otro lugar del planeta. Asimismo, deberán armarse de paciencia, ya que, pese a su color extremadamente llamativo, su población es pequeña.

Los individuos de la especie, que es de las más grandes de su grupo, pueden llegar a medir hasta 15 centímetros de largo (algo menos que un palmo) y presentan un color muy llamativo para ahuyentar a sus depredadores, algo que es bastante frecuente en la naturaleza, sobre todo, en especies dotadas de medios defensivos potentes, como es el caso de estas babosas.

En concreto, lo que las protege de sus depredadores es su sabor, que es muy desagradable. No obstante, para prevenir a que quienes intentan comérselas y hacer que no se lleven una sorpresa, adoptan una coloración muy estridente.

Las babosas terrestres son un tipo de moluscos gasterópodos que, a diferencia de los caracoles, no tienen concha o, sí la tienen, es pequeña e interna. Suelen ser de hábitos nocturnos, aunque su actividad varía en función de la época del año, la temperatura y la humedad, que también determinan su capacidad de reproducción.

La sequía que acecha desde hace semanas Australia hace un flaco favor a estos animales, ya que sin humedad no pueden producir moco y, por lo tanto, no pueden desplazarse. Por ello en épocas secas se refugian en la corteza de los árboles o en las grietas de las rocas y esperan a que vuelvan las lluvias para reiniciar su actividad.

La comunidad científica está muy preocupada por el futuro de la especie porque el pasado mes de octubre se declaró en el Monte Kaputar un incendio que ardió durante seis semanas y que calcinó más de 18.000 hectáreas de terreno.

Debido a las elevadas temperaturas y a la falta de agua, en el momento del incendio muchas de las babosas se encontraban, probablemente, refugiadas en los árboles, así que podrían haber muerto. Sin embargo, la aparición, tras las lluvias de los últimos días, de unos 60 ejemplares, ha tranquilizado a los expertos.

No obstante, hay que tener en cuenta que el área de distribución de la especie es muy pequeña y que gran parte de los hongos, el musgo y el moho de los que se alimentan estas babosas también han desaparecido, así que será necesario seguir controlando a la especie para ver si sale adelante.

A parte de T. graeffei, otras 20 especies de babosas y caracoles encuentran reposo en las laderas del Monte Kaputar, que presentan unas condiciones de humedad que no se dan en ningún otro sitio de Australia y que hacen de este un enclave único y con una fauna única.

En Australia cerca de 480 millones de animales están siendo víctimas de los devastadores incendios que están afectando, en especial, el estado de Nueva Gales del Sur. En total, hasta la fecha, han arrasado con una superficie de más de 80.000 kilómetros cuadrados.

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