Los venecianos piden una solución para trasladar los cruceros.

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Ayer, miles de personas se manifestaron en las calles históricas de Venecia y llegaron ante la plaza de San Marcos, convocados por el Comité No Grandes Naves. “Fuera cruceros de la laguna”, gritaban al unísono. “Estos gigantes deben salir de la laguna. Son incompatibles con el equilibrio del ecosistema, además de ser peligrosos”, declaró Gianfranco Bettin, presidente de la municipalidad de Marghera, una fracción del Ayuntamiento de Venecia.

Las razones por las que los cruceros amenazan la fragilidad de Venecia están claras. Más allá de la imagen devastadora de las naves emergiendo sobre el casco histórico, pesan las graves consecuencias medioambientales en el delicado ecosistema de la laguna. La onda submarina que provoca cada buque desgasta los cimientos de los edificios de la ciudad. Además, en la Serenissima cada año 68 grandes naves atracan casi 8.000 horas en el puerto con los motores encendidos, emitiendo 27.520 kilos de óxido de azufre.

Hay casas a 100 metros del puerto en una ciudad de apenas 53.000 habitantes, pues la emergencia turística ha hecho que miles de personas hayan abandonado Venecia ante la sensación de que cada día se parece más a un parque temático. En el 2017, 18.000 venecianos urgieron en un referéndum que se marchen los cruceros. Por otro lado, hay quien dice que no se puede perjudicar una industria que cada año genera más de 400 millones de euros para Italia y 4.000 empleos permanentes, según un estudio encargado en el 2018 por la división italiana de la Asociación Internacional de Compañías de Cruceros.

La confrontación está clara, pero tras más de siete años todavía no hay solución. El debate se encuentra en este punto en el lugar al que deben moverse estas naves. La laguna veneciana se conecta con el Adriático por tres bocanas: Lido, Malamocco y Chioggia. Ahora mismo, los buques petroleros y los químicos atracan en Porto Marghera, en tierra firme, a través de Malamocco. Los cruceros siguen su ruta por Lido y recorren todo el canal de Giudecca hasta el puerto del Tronchetto, pasando por delante de la plaza de San Marcos.

El plan aceptado por el Ayuntamiento es que los cruceros hagan la misma ruta que los barcos petroleros hasta puerto Marghera, evitando su paso ante el centro, pero para eso se necesitaría drenar el canal y adaptar el puerto, una obra que necesitaría unos 19 meses y 120 millones de euros. En cambio, las asociaciones contra los cruceros reclaman que estos atraquen en los puntos de entrada de la laguna y que trasladen al pasaje (así sucede en otras ciudades del mundo) por otros medios. Esta parece ser la opción favorita del ministro de Infraestructuras y Transportes, Danilo Toninelli, del Movimiento 5 Estrellas, mientras que el otro partido en el Ejecutivo, la Liga, prefiere agrandar el canal existente. De nuevo, las tensiones en el Gobierno amenazan con retrasar la decisión.

Los mayores miedos en Venecia despertaron tras el naufragio del Costa Concordia, en enero del 2012 ante la isla toscana del Giglio. Desde entonces se piensa en los efectos que un accidente así podría causar en Venecia. Enzo Dalle Mese, un ingeniero que ha estudiado el Costa Concordia, opta por la regulación más restrictiva. “Debemos preguntarnos cuántas vidas pueden ser sacrificadas a cambio de unos cuantos millones al año. Y cuánto daño puede aceptar el patrimonio artístico. Mi respuesta es: ninguno”, dijo al Quotidiano Nazionale. Tras el susto de la semana pasada, los venecianos creen que ya no hay excusas ni retrasos burocráticos que valgan.

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