Miles de agentes y miembros de sus familias se manifestaron ayer en París para denunciar sus condiciones de trabajo y las agresiones y el desprecio que sufren.

Crédito: MARTIN BUREAU / AFP

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Una marcha de protesta de estas características no tiene precedentes. Hace 18 años hubo una gran concentración de policías para expresar su rechazo por la puesta en libertad de un conocido atracador reincidente, Jean-Claude Bonnal, alias El chino, al que atribuían la muerte de dos agentes. Esta vez, sin embargo, el objetivo es muy amplio, reflejo de un hartazgo estructural. En lo que va de año se han suicidado 52 policías, una auténtica epidemia. Otros siguen tratamiento por depresión u otras patologías psicológicas.

La manifestación, que discurrió entre las plazas de la Bastilla y de la República, en el centro de la capital, contó con el apoyo unánime de los sindicatos policiales y de las organizaciones profesionales que los representan. Según los convocantes, participaron más de 20.000 personas. Un grupo de 52 llevaban máscaras blancas en homenaje a quienes se quitaron la vida.

Las fuerzas del orden francesas llevan ya casi cinco años de alerta antiterrorista constante. Los atentados yihadistas, de mayor o menor envergadura, se han ido sucediendo periódicamente desde enero del 2015 (ataque al semanario Charlie Hebdo ). A estas misiones se han sumado, desde noviembre pasado, los despliegues masivos, en las principales ciudades, para controlar las protestas de los chalecos amarillos . Han sido situaciones muy difíciles de gestionar, siempre en un frágil equilibrio entre el necesario mantenimiento del orden, evitar daños materiales por el vandalismo y cuidar al máximo para que la actuación policial no causara víctimas. De hecho, ha sido casi milagroso que sólo hubiera un muerto, una anciana de origen argelino, en Marsella, que murió al ser operada en un ojo que había recibido el impacto de una granada lacrimógena cuando se había asomado al balcón de su casa. Sí ha habido miles de heridos, entre ellos decenas de manifestantes que han quedado tuertos por las balas de goma.

Los despliegues sabatinos por los chalecos amarillos han acrecentado cierto desprecio social hacia los flics (policías, en el lenguaje popular) entre algunas capas de población y los manifestantes más radicales, que corean consignas insultantes contra ellos. Ayer mismo, en el centro de París, se reunió un grupo de chalecos amarillos , encabezado por una de sus figuras más conocidas, el transportista Éric Drouet, para recordar los daños que los policías han causado a los participantes en las movilizaciones.

Ese mismo rechazo a los flics , muy visceral y violento, se produce desde hace años en barrios problemáticos por la delincuencia y con alta densidad de inmigrantes, en los que las comisarías se sienten aisladas o casi asediadas. No ayuda tampoco la actitud de líderes políticos como Jean-Luc Mélenchon, de Francia Insumisa (izquierda radical), quien recientemente calificó a los policías de “bárbaros”)

La lista de agravios que plantean los policías es larga. Se quejan de los turnos agotadores, del material de protección insuficiente que les proporcionan, de la antigüedad de los vehículos y del retraso en el pago de las horas extraordinarias. La prevista reforma de las pensiones, que quiere unificar el sistema y eliminar los regímenes especiales, también les afecta. Pese a la promesa del ministro del Interior, Christophe Castaner, de que defenderá a capa y espada sus intereses, los policías temen verse muy perjudicados si se alteran sus condiciones específicas de jubilación.

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