Los jóvenes de la tierra Indígena Munduruku hacen frente a muchas amenazas, pero hoy saben que su lucha va mucho más allá. Necesitan unirse para defender la Amazonía, o no habrá futuro para nadie.

df-img-1246_article_column@2x

Vemos cómo nuestros bosques se convierten en grandes charcas de barro. Vemos cómo las fuentes de nuestros ríos van sedimentando y cómo sus cursos se van desviando. Vemos cómo desaparecen las sombras de los árboles, cómo disminuyen los frutos que recolectamos, y cómo el agua cristalina del río Tapajós, de los igarapés y de los manantiales, se vuelve cada día más turbia. Vemos, en fin, cómo el humo de los incendios oscurece nuestro atardecer.

Todo esto ocurre en la Tierra Indígena Munduruku, a la que pertenezco. Aquí nací y crecí, en la parte alta del río Tapajós, en el municipio de Jacareacanga, estado de Pará, Brasil. Y aquí, en los últimos meses, vemos con alarma un importante incremento en la invasión de nuestro territorio por mineros ilegales al mismo tiempo que un alto número de casos de Covid 19 confirmados en Jacareacanga golpea nuestras comunidades, y la actividad de extracción ilegal no cesa. Al contrario: la deforestación y la contaminación en nuestra región aumentan.

Preocupación enorme

Con la pandemia a toda marcha, y sin ningún plan de emergencia para las aldeas indígenas, hemos visto cómo han muerto demasiadas lideranzas históricas. Ellas son, para los Munduruku, las grandes bibliotecas vivas de nuestra cultura. Y ahora han desaparecido. ¡Tenemos que actuar!

Las preocupaciones son enormes para nosotros, los indígenas. Los Munduruku dependemos directamente del río para el agua que bebemos, para el baño con el que nos limpiamos, para la pesca que comemos. El mercurio que utiliza indebidamente la minería de oro se vierte directamente en nuestros ríos, contaminando el agua, los peces, la gente.

Un estudio reciente apunta a un alto nivel de mercurio en la sangre de los Munduruku, que puede causar desde enfermedades menores hasta la muerte. Los animales de caza, una importante fuente de alimento, se están alejando de nosotros. El aumento de la violencia también es resultado de la actividad ilegal. La minería atrae a trabajadores, en su mayoría hombres, de varias regiones del Brasil, que sobreviven en condiciones adversas. En consecuencia, aumenta la circulación de drogas, la posesión ilegal de armas, y la prostitución.

Los informes técnicos de la Policía Federal señalan que la minería vierte cada año más de 7 millones de toneladas de sedimentos en el río Tapajós, empezando en la región del alto Tapajós, y llegando al bajo Tapajós, a casi 1.000 kilómetros de distancia.

La mayoría de los líderes indígenas que luchan contra la minería y defienden el bosque sufren ataques y amenazas diarias, e incluso tienen que abandonar sus propios territorios. Los garimpeiros no indígenas aprovechan la ausencia de políticas públicas en la región para cooptar a otros indígenas, que terminan sin otra opción que aceptar trabajar en la minería ilegal.

A cambio de su tierra, su bien más preciado, reciben un pequeñísimo porcentaje del oro que se llevan los empresarios, dueños de una maquinaria costosísima. Estos empresarios no aportan impuestos ni tributos al gobierno local, estatal o nacional, mientras provocan en los territorios – y en todos los seres vivos que los habitan – enfermedades y destrucción, lo que lleva al colapso de la biodiversidad de nuestra selva amazónica.

Los pueblos Munduruku no paramos de denunciar esta situación hasta que, el pasado 5 de agosto, vivimos llegar a Tierra Indígena Munduruku la llamada “Operación Verde Brasil 2” del Ministerio de Defensa.

Esta operación, oficialmente, iba a “combatir y reprimir los delitos ambientales en la Amazonía Legal e intensificar la aplicación de multas por delitos ambientales en la región”, según material publicado en la página web del Gobierno Federal. También contó con la destacada presencia del controvertido ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles.

Pero la enorme contradicción implícita en esta visita de Salles al territorio se puso en evidencia cuando el avión de la Fuerza Aérea Brasileña decidió suspender sus actividades contra los delitos medioambientales previstas inicialmente para trasladar a indígenas involucrados con la minería a Brasilia, a reunirse con representantes del Ministerio de Medio Ambiente.

Según un informe de Jornal Nacional del 21 de agosto, los inspectores del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) prendieron fuego a las máquinas mineras y a los campamentos. Los garimpeiros reaccionaron violentamente, y amenazaron con derribar un helicóptero: “Dispara hacia arriba, amigo. Tira a uno de esos helicópteros al suelo, muchacho. (…) Lo haces mil veces, y lo pensarán dos veces antes de tocar a un buscador de oro”, oímos hace poco en una grabación de video. El ministro de Medio Ambiente conversó con el grupo que pidió el cese del operativo del Ibama, e incluso defendió sin miramientos la minería en tierras indígenas.

A raíz de este incidente, líderes Munduruku enviaron una carta al Ministerio Público Federal (MPF) manifestando que estaban absolutamente en contra de los garimpeiros ilegales. “El grupo trasladado a Brasilia estaba formado en realidad por siete residentes que defienden los intereses de los garimpeiros” sigue la carta. “Ellos no representan al pueblo”.

Durante la 19ª Asamblea General Ordinaria del Pueblo Munduruku, celebrada entre el 21 y el 23 de septiembre, los líderes del medio y alto Tapajós se reunieron en la aldea de Karapanatuba para fortalecer su posición y reafirmar la lucha contra la minería ilegal. En una nota oficial, la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (COIAB) declaró su pleno apoyo al pueblo Munduruku y en contra de la promoción de la minería en las tierras indígenas.

Sin embargo, el 2 de octubre, el mismo grupo de partidarios de la minería que fue a Brasilia – indígenas y no indígenas – bloqueó la ruta BR 230 (Carretera Transamazónica) para pedir el fin de las inspecciones en las tierras indígenas.

¿Compromiso internacional con la Amazonía?

Los Munduruku sabemos que las empresas multinacionales y los gobiernos descuidan la conservación de la Amazonía, que ignoran los derechos y las licencias obligatorias y contribuyen al estado de emergencia climática en que nos encontramos hoy, en el Tapajós, como en otras tantas partes del mundo.

Pero, ¿por qué la Amazonía es tan importante para el equilibrio del clima del planeta? Este es un asunto muy complejo, pero es importante hablar de algunos aspectos que pocas personas conocen. La selva amazónica es un sistema único en el mundo. Tiene la capacidad de llevar el aire húmedo del océano al continente, fenómeno llamado bomba biótica de humedad. Esto, básicamente, significa que el bosque hace llover donde no hay lluvia.

Cuando las plantas respiran, absorben el carbono de la atmósfera y acumulan una buena parte en el suelo. Se estima que la reserva de carbono, como se denomina esta acumulación, varía entre 70 y 130 mil millones de toneladas en la Amazonía, un tercio de la cual está en tierras indígenas.

El agua amazónica mantiene el régimen de lluvias en Brasil y en los países vecinos. Los vientos del Atlántico empujan la humedad hacia los Andes, formando otro “río Amazonas” que fluye en las nubes del cielo de norte a sur del continente: son los llamados “ríos voladores”. La transpiración de árboles y plantas también es un factor importante.

En total, el Amazonas evapora diariamente 20 mil millones de toneladas de agua. Y son precisamente estos compuestos saludables de lluvia los que se están perdiendo al talar los bosques. Si la deforestación sigue creciendo al ritmo que crece ahora, en 15 años la Amazonía dejará de ser un bosque tropical para convertirse en sabana, y alcanzará el punto de no retorno.

Brasil es uno de los líderes mundiales en emisiones, y esto se debe en gran parte a la deforestación y los cambios en el uso de la tierra. Siempre que ocurre un incendio o se despeja un área, el carbono retenido por la selva se libera a la atmósfera. La cría de ganado es uno de los principales factores que contribuyen a las emisiones brasileñas, ya que las reses liberan constantemente toneladas de gas metano al aire, un gas 20 veces más contaminante que el dióxido de carbono.

Pero no toda la selva se tala para hacer pastos. Una parte importante también es deforestada para plantar soja, que servirá como alimento para el ganado, propiciando un bucle de devastación. Esta soja es sobre todo transgénica, y requiere el uso de pesticidas, que a su vez contaminan nuestra comida, nuestros ríos y nuestros igarapés.

No podemos quedarnos quietos viendo cómo, en los últimos 20 años, se ha deforestado el 19 % de la Amazonía; y sabiendo que, si llegamos al 40 %, el bosque comenzará a perder sus características naturales y será incapaz de regenerarse.

Crucé el Atlántico

Nosotros, los pueblos del bosque, sabemos que somos fundamentales para la defensa de la Amazonía y el equilibrio del clima del planeta.

Por eso, hace casi un año, en diciembre de 2019, como activista y miembro de la delegación juvenil de la organización ambientalista brasileña Engajamundo, yo mismo participé en la COP25 en Madrid, España.

Consciente de la importancia de este espacio para llevar la voz de los pueblos indígenas, crucé el Atlántico, sabiendo también que nosotros, especialmente los jóvenes, somos responsables de la preservación del 80% de los bosques que siguen de pie en el mundo.

Pero lo que sentí en Madrid fue que estaba allí sólo para escuchar, y no para hablar. Me resultaba difícil seguir las sesiones, porque la barrera del idioma (y del lenguaje especializado) me impedía comprender las discusiones técnicas para poder contribuir.

Sentí nerviosismo en los pocos espacios que tuve para hablar y no vi prácticamente ninguna apertura a un verdadero diálogo de soluciones que vengan de nuestras raíces indígenas, de nuestra forma de ser y vivir. La frustración fue enorme cuando me di cuenta, durante las dos semanas que estuve en Madrid, de que las verdaderas soluciones no vendrán de los gobiernos ni de los documentos que firman internacionalmente, llenos de falsas promesas, de falsas soluciones.

Allí vi claro que las verdaderas soluciones deben construirse desde abajo, y que la sociedad civil global que estaba allí se ha fortalecido con el poder de las grandes movilizaciones. Me impresionó la Marcha Global por el Clima, que reunió a más de 500 mil personas en las calles en defensa de la justicia climática.

Me estremecí cuando subí al escenario para hacer un flashmob de resistencia de los pueblos del Amazonas ante toda esa gente. Sentí un subidón de adrenalina al dejar en la puerta del área destinada al gobierno brasileño, un “fake book” con las mentiras que contó Salles en su primer año en el cargo, junto a una motosierra manchada de la sangre de los muchos árboles que ya han matado.

A pesar de que en las acciones dentro de la COP estaba prohibido mencionar el nombre de cualquier país, me alegró poder informar a personas de todo el mundo de hasta qué punto Brasil está contaminando sus aguas de diferentes formas. En una acción reivindicativa, ofrecimos a la gente que circulaba en el espacio oficial de la ONU agua con mercurio, agua con aceite, agua con barro y agua que parece limpia, pero que probablemente contiene pesticidas. Al presentarles las “opciones” de agua que teníamos para ofrecer, abrimos espacio para un debate sobre la calidad del agua a la que nosotros, las gentes del bosque amazónico, tenemos acceso hoy en Brasil.

El territorio es el espacio físico necesario para la supervivencia de nuestras culturas. Pero la experiencia en la COP me mostró que no es solo eso. Al defender nuestro territorio frente a los mineros y otras amenazas a la selva amazónica, también estamos contribuyendo a la lucha de los pueblos tradicionales de las pequeñas islas del Pacífico, que en solo 30 años pueden hundirse por los efectos del desequilibrio climático del planeta.

Un año después de cruzar el Atlántico, en medio de una pandemia interminable, sé que la lucha contra la minería ilegal en la Tierra Indígena Munduruku no solo protege nuestro territorio sagrado y nuestra cultura ancestral, sino que va mucho más allá. Se está sumando – y señalando el camino – a la lucha de miles de personas en todo el mundo por la justicia climática.

Necesitamos unirnos para defender la Amazonía, o no habrá futuro para nadie.

Fuente

Noticias Relacionadas

Histórico acuerdo de igualdad salarial en el fútbol de Estados Unidos

Leer Nota

Masacre en Texas: Al menos 19 alumnos y 2 maestros asesinados

Leer Nota

Dia Mundial de la Salud: "Nuestro planeta, Nuestra Salud"

Leer Nota

Millennials y generación Z: por qué se llama la "generación deprimida"

Leer Nota