El mundo no conseguirá eliminar la pobreza extrema para 2030. Al ritmo actual de descenso, en esa fecha, todavía un 6% de la población vivirá con menos de 1,90 dólares al día.

pobreza

Tampoco se erradicará el hambre: más millones de personas sufren hoy inseguridad alimentaria que en 2015. Estos datos son advertencias de que los logros conseguidos en la lucha contra ambos problemas son lentos o van en la dirección contraria de la que deberían. Y no son los únicos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU que experimentan tendencias para el pesimismo, según el último informe global de seguimiento. El documento, presentado este martes en la jornada inaugural del Foro Político de Alto Nivel que se celebra anualmente en Nueva York para evaluar los progresos en la implementación de esta agendainternacional, señala dos culpables de que los avances no sean los adecuados para alcanzar en tiempo las metas marcadas: el cambio climático y la persistente desigualdad.

La euforia optimista que se produjo tras la aprobación de los ODS en 2015, el mayor consenso internacional para lograr un mundo más justo, pacífico y un planeta habitable en 2030, ha dado paso a la cruda realidad que muestran los datos. La ONU, que se afanaba en destacar los logros conseguidos en la etapa anterior de los Objetivos del Milenio (2000-2015) para alentar mayores esfuerzos, se ha visto arrastrada por la fuerza de las estadísticas a un cambio de estrategia. Han pasado cuatro años desde que los 193 países miembros de las Naciones Unidas aprobaron esta agenda y ya se dispone de cifras que muestran tendencias. No son buenas. "Los progresos se han ralentizado o incluso revertido, cuando se suponía que tenían que acelerarse", remarca Francesca Perucci, jefa de la división de servicios estadísticos de la ONU.

La euforia optimista que se produjo tras la aprobación de los ODS en 2015, el mayor consenso internacional para lograr un mundo más justo, pacífico y un planeta habitable en 2030, ha dado paso a la cruda realidad que muestran los datos. La ONU, que se afanaba en destacar los logros conseguidos en la etapa anterior de los Objetivos del Milenio (2000-2015) para alentar mayores esfuerzos, se ha visto arrastrada por la fuerza de las estadísticas a un cambio de estrategia. Han pasado cuatro años desde que los 193 países miembros de las Naciones Unidas aprobaron esta agenda y ya se dispone de cifras que muestran tendencias. No son buenas. "Los progresos se han ralentizado o incluso revertido, cuando se suponía que tenían que acelerarse", remarca Francesca Perucci, jefa de la división de servicios estadísticos de la ONU.

La desigualdad es el otro gran lastre para el desarrollo sostenible. "Tres cuartas partes de los niños con déficits de crecimiento viven en el sur de Asia y en África subsahariana. La pobreza extrema es tres veces mayor en las áreas rurales que en las urbanas. Los jóvenes tienen más probabilidades de estar desempleados que los adultos. Solo una cuarta parte de las personas con discapacidades severas cobran una pensión. Y las mujeres y las niñas aún enfrentan barreras para lograr la igualdad", enumeran los autores del informe.

"La desigualdad aumenta dentro y entre países. Mucha gente se queda atrás", ha añadido Zhenmin. "Lo que se ve es que el crecimiento económico no es suficiente. Es bueno, pero hay algunos segmentos de la población que no se benefician de él. Se ve cuando miras otros indicadores que muestran que la gente no vive mejor", ha anotado Perucci en una conversación posterior a la presentación de informe. Ocurre lo mismo con el empleo, asegura la experta. "Tener un trabajo no es bastante para garantizar una vida digna. De hecho, los datos dicen que hay personas que aún estando empleadas se encuentran en situación de pobreza".

La falta de datos comparables, sin embargo, impide conocer quiénes son y dónde están las personas que no se benefician de los progresos, ya sean estos tímidos o espectaculares. Solo 13 países de África subsahariana han presentado recientemente estadísticas sobre el crecimiento de los ingresos de sus habitantes. Y esta región del mundo es, de hecho, la que mayores retos enfrenta en términos de salud, igualdad de género, seguridad alimentaria y pobreza extrema, entre otros. Pese a que este informe no desagrega la información sobre el estado de los ODS por países, sí analiza la velocidad o falta de progreso en determinadas materias por regiones.

África subsahariana se ha quedado rezagada en cuanto al acceso a transporte público: solo el 18% de sus habitantes lo tienen. Pese a su avance en la proporción de residuos urbanos —ha pasado del 32% en 2001 al 52% en 2018— sigue a la cola en este capítulo. Junto con Asia central y meridional, las dos regiones registraron los mayores aumentos en las concentraciones de partículas nocivas para la salud en el aire de sus ciudades. La mayor parte de esta pérdida de bosques se produjo en los trópicos y los descensos más importantes se registraron en América Latina y África subsahariana. De los 736 millones de personas en situación de pobreza extrema en 2015, 413 millones vivían en esta parte del mundo. La mortalidad infantil (menores de cinco años) bajó a nivel global de 9,8 millones en 2000 a 5,4 millones en 2017, pero la mitad de esas muertes ocurrieron en África subsahariana. De los que sobrevivieron, apenas un 46% están registrados. Todo esto, que se sepa. Pues en esta región, solo el 23% de los planes estadísticos contaban con financiamiento pleno, en comparación al 94% de Europa y América del Norte.

Pero no todas son malas noticias en esta región. La incidencia del VIH entre adultos (de 15 a 49 años) en África subsahariana disminuyó aproximadamente un 37% entre 2010 y 2017. Los progresos han sido más lentos en otros lugares, e incluso en algunas subregiones se ha registrado un aumento de la incidencia del virus, entre ellas Asia occidental (53%), Asia central (51%) y Europa (22%). Los avances en la lucha contra el sida han sido posibles, según la ONU, gracias al "firme compromiso y financiación nacional e internacional". No es el caso de España, que no ha aportado nada al Fondo Mundial contra el sida, la tuberculosis y la malaria, uno de los principales mecanismos para la financiación de tratamientos antirretrovirales en países donde los presupuestos nacionales son escasos, desde 2011.

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