en la región, dos millones de personas se dedican al reciclaje de manera informal. Una labor clave en un continente que apenas reutiliza 10% de la basura que genera.

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Con Brasil a la cabeza, América Latina es el nuevo epicentro de la pandemia de covid-19 en el mundo. La mayoría de sus países se encuentran en diferentes fases de confinamiento y la tendencia general ha sido suspender los programas de reciclaje con graves repercusiones para la vulnerable población de recicladores que dependen de lo que perciben por la venta del material que recuperan. Solo Colombia o Argentina permitieron seguir trabajando a este sector, al considerarlo esencial. En Latinoamérica, unos dos millones de personas se dedican a tareas de reciclaje de manera muy informal, pero juegan un papel clave en la cadena de valor de esta industria en un continente que apenas reutiliza un 10% de la basura que genera. El 90% de ese diez lo recuperan los recicladores de base.

Tanto suspender el reciclaje como declararlo actividad esencial tuvo consecuencias. “Si paras, se ha de considerar que es temporal, pero los recicladores van a tener que seguir subsistiendo de alguna manera. Y como servicio esencial hay un riesgo porque expones a los trabajadores al virus, y han de hacer su labor con la protección y seguridad adecuada”, dice Alfredo Rihm, especialista sénior en gestión de residuos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

En Ecuador hay toque de queda a partir de las dos de la tarde. Las actividades vinculadas al reciclaje se encuentran suspendidas y quienes trabajan en el sector llevan tres meses sin poder hacerlo. La situación podría alargarse hasta julio, y el Gobierno no ha atendido las necesidades del gremio. Tan solo recibieron un bono de 120 dólares por parte de dos fundaciones privadas. “Los recicladores vivíamos al día. A veces hemos pensado saltarnos el toque de queda porque ya no tenemos de dónde. Con las compañeras decimos: ‘protejámonos, pero salgamos, arriesguémonos, que si la policía nos multa les explicaremos que tenemos que dar de comer a la familia y pagar el alquiler'. En Ecuador, el 75% de los recicladores somos mujeres y ver llorar a nuestros hijos y nietos de hambre no es fácil”, denuncia por teléfono Elvia Pizuña, recicladora desde niña en Quito, la capital, y hoy también dirigente de la Red Nacional de Recicladores del Ecuador (Renarec) que agrupa a 1.300 recicladores.

En Brasil se estima que unas 400.000 personas se dedican al reciclaje. Telines Basílio do Nascimento Júnior, más conocido como Carioca, es el presidente de la Cooperativa Coopercaps en la ciudad de São Paulo y lleva también dos meses en casa sin trabajar. Para Carioca, la basura lo es casi todo. Siempre dice que le salvó la vida porque lo sacó de la calle y las drogas, pero nunca vivió una situación como la actual. El número de contagiados en Brasil por coronavirus supera el medio millón y las muertes se acercan a las 30.000. São Paulo, el estado más poblado del país, concentra más de un cuarto de los muertos por covid-19.

Ante la situación, los 1.100 recicladores de las 25 cooperativas paulistas decidieron parar. La populosa urbe brasileña, en desavenencia con el presidente Jair Bolsonaro, sí estuvo confinada de forma estricta por orden de sus autoridades locales. Si bien ahora flexibilizó la cuarentena, los recicladores continúan sin salir. Contaron con el apoyo del alcalde de la ciudad Bruno Covas, que confinó a su ciudad en desavenencia con el presidente, Jair Bolsonaro. “Tenemos una ayuda de 1.200 reales, unos 200 euros, por tres meses de la alcaldía que nos permite quedarnos en casa y llevar mejor la cuarentena. Sin embargo, hay otros 9.000 recicladores no formalizados que no tienen apoyo. No sabemos cuándo volveremos a trabajar, pero la cuarentena debe continuar porque São Paulo es el epicentro de la pandemia en el Brasil”, explica Carioca a través de una conversación por WhatsApp.

En buena parte del Caribe y Centroamérica, la situación de los recicladores es crítica. Con excepción de Nicaragua, el acceso a los vertederos a cielo abierto donde la gran mayoría recupera residuos ha sido prohibido. A diferencia de América del Sur, estos trabajadores no están organizados ni cuentan con reconocimiento de las autoridades, por lo que acceder a posibles ayudas estatales se les hace muy difícil. En República Dominicana existe un riesgo importante de crisis humanitaria para la gran cantidad de haitianos que trabajan en vertederos. Solo en El Salvador, en algunos casos, han recibido un bono de unos 250 euros o canastas con víveres.

En Colombia y Argentina, el Gobierno sí permitió el trabajo de los recicladores. En ambos países, especialmente en Buenos Aires en el caso argentino, están muy organizados e integrados en el sistema público de gestión de residuos. En esta capital ganaron ciertos niveles de protección social y en este tiempo de pandemia consiguieron mantener el salario social para 6.000 de ellos, que ya solían recibirlo como complemento al ingreso que reciben por la venta del material. En otros lugares del interior del país, la situación es muy diferente, especialmente para los miles y miles que trabajan en vertederos a cielo abierto, incluidos los del Gran Buenos Aires. “Estamos luchando para que el salario social llegue a otros 3.000 recicladores de la capital no integrados en el sistema. Además, el Estado no nos está garantizando, ni siquiera a nosotros, la seguridad como trabajadores esenciales. Los elementos de protección los hemos tenido que conseguir por otras vías”, cuenta por teléfono Jacqueline Flores, integrante de la Federación Argentina de Cartoneros y Recicladores (FACyR).

La mayoría de Gobiernos latinoamericanos no han brindado atención a estos trabajadores. “Su responsabilidad es un requerimiento urgente. Es fundamental que se aprueben de inmediato medidas paliativas de protección social para ellos, que les aseguren un ingreso mínimo que cubra sus necesidades básicas hasta que su labor vuelva a la normalidad”, dice Jadira Vivanco, coordinadora para Colombia y Centroamérica de la Iniciativa Regional para el Reciclaje Inclusivo (IRR), una alianza entre la Fundación Avina, el BID y algunas empresas privadas que están desempeñando un papel determinante en el reconocimiento, inclusión y formalización de miles de recicladores del continente. Precisamente, el principal apoyo ha llegado de esta entidad, que impulsó un plan de emergencia de 900.000 dólares destinados a diferentes modalidades de ayudas para más de 10.000 personas.

Vivanco, de la IRR, aboga por la reactivación paulatina de los programas de reciclaje inclusivo y del trabajo de los recicladores de base definiendo unos protocolos para salvaguardar su salud, higiene y seguridad. En esa línea, acaban precisamente de publicar, elaborado por la Fundación Avina, una guía de buenas prácticas con información y orientaciones para el cuidado, la higiene y la seguridad laboral en el desarrollo de este trabajo en plena pandemia. Una de las partes habla sobre cómo evitar los riesgos a los que se enfrentan por entrar en contacto directo con materiales que puedan estar contaminados. Y es que mucho se ha hablado sobre el comportamiento y la durabilidad del virus en determinadas superficies y materiales que algunos estudios indican que en el caso del cartón y el papel sería de un día, de tres en el plástico, cuatro en el vidrio o cuatro horas en el cobre.

Trabajar con residuos siempre fue arriesgado para los recicladores, expuestos a toda clase de enfermedades. Ahora, el coronavirus les ha llenado de nuevos miedos. “Es preocupante sentarte en la casa y estar atada de manos sin poder trabajar, pero también analizar que afuera hay un peligro tan grande porque, si me contamino, pongo en riesgo a mi familia y a todo mi entorno. En Ecuador fallecieron tres personas que trabajaban en vertederos”, dice preocupada Elvia Pizuña. En Brasil ha habido también algún positivo entre este gremio, pero es difícil predecir si la causa ha sido el contacto con materiales contaminados.

En cualquier caso, los miembros de este colectivo saben que, cuando retomen su labor, deberán replantearse la forma de trabajar y adaptarse a la nueva realidad. Pero, si no hay un esfuerzo de Gobiernos e industria, ellos no van a poder comprar equipos de autoprotección como ropa adecuada, guantes, tapabocas o gafas. “Estamos hablando de dos millones de personas; difícilmente vamos a poder llegar a todos en una primera etapa, pero de la mano de las organizaciones hay que hacer que se cumplan los protocolos por dos razones: Una, por la propia seguridad de ellos y otra, para que la ciudadanía no cambie la forma como estaba empezando a percibir al reciclador. Costó mucho cambiar la imagen y que lo dejaran de ver como un habitante de calle que esculcaba en la basura. Ahora ni mucho menos quisiéramos que lo vieran como un transmisor del virus, sino como alguien que está haciendo su trabajo de la mejor manera posible”, dice Jadira Vivanco.

Es el caso de Bogotá, donde los que realizan las rutas de recolección diferenciada están saliendo a la calle con la mayor protección posible y con protocolo de lavado de manos cada media hora. El material que recolectan lo ponen en cuarentena en el centro de acopio durante cuatro días y se fumiga. Sin embargo, una de las consecuencias de extremar la precaución es que producen bastante menos porque, por temor a la presencia del virus, tomaron como medida no esculcar todas las bolsas como hacían antes y recoger solo las más escasas, de color blanco, donde teóricamente los ciudadanos ponen lo que se puede recuperar. El otro inconveniente es que la industria que compra el material está prácticamente cerrada.

Nadie sabe muy bien cómo será la etapa de la postpandemia. Latinoamérica no era un modelo de eficiencia de reciclaje ni de economía circular, pero había iniciado un camino interesante en esa dirección para convertir la basura en un insumo con valor para la economía y un activo para la sociedad con valientes políticas de reciclaje inclusivo. De la mano con organizaciones y cooperativas, el reciclaje informal, siempre estigmatizado e invisibilizado, venía fortaleciéndose, reivindicando derechos e incidiendo en la construcción de políticas públicas con la meta de formalizar a los recicladores como prestadores de un servicio público como es la recolección de residuos reutilizables.

Una vez se retome cierta normalidad, los que tanto trabajaron por esta realidad en el continente y los propios recicladores esperan que no haya un retroceso de lo conseguido. “No creo que haya una involución, pero hay que ver como recuperamos lo que se hizo antes e incorporamos lecciones aprendidas en esta crisis que nos permitan repensar todo aquello que sea necesario”, considera Alfredo Rihm, del BID. En la misma línea se expresa desde Honduras su colega Estrella Peinado, especialista en temas de reciclaje inclusivo y economía circular del BIDLAB: “El reciclaje se tiene que recuperar tan pronto como sea posible para no cargar los sistemas de recolección y disposición final de la basura. Hay que seguir incentivando la separación en la fuente; la domiciliaria, y la industrial, y no perder lo ganado. No nos podemos permitir que ni este ni otros temas medioambientales pasen a un segundo plano”.

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