Son baratos y ecológicos, pero los fabricantes chocan contra los prejuicios culturales

Crédito: MAURICIO TORRES / EFE

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Cuando el coronavirus desbordó Guayaquil y los muertos yacían en las calles, los ataúdes de madera fueron reemplazados por otros de cartón. En Perú, una fábrica de corrugados vendió un millar a dos cementerios privados, aunque en ese país prefieren los de melamina. En Chile, las autoridades los prohibieron porque violan las normas locales. Un fabricante de Argentina se queja de que los gobiernos temen “al que dirán” y se resisten a resolver el problema de los entierros de forma “económica y sustentable”. Los ataúdes de cartón son hasta tres veces más baratos que los de madera, se producen en serie y no contaminan, pero chocan con las imposiciones del rito de la muerte. Las barreras apenas se han erosionado en los países más afectados por la covid-19.

Ecuador ha informado de 4.500 víctimas desde el inicio de la pandemia en todo el país. Pero entre marzo y abril, Guayas, la provincia que tiene como capital a Guayaquil, labró 17.000 actas de defunción contra las 2.000 mensuales de un periodo normal. Guayaquil no pudo con sus muertos y los fabricantes de ataúdes no dieron abasto. Los cadáveres se acumularon en las viviendas y en las puertas de las casas, a la espera de que los servicios funerarios fueran a recogerlos. La pandemia desbordó a todos, salvo a los fabricantes de cajas de cartón, que reaccionaron.

“Escuchábamos las noticias que había gente que no tenía cómo enterrar a sus familiares. Decidimos como empresa, igual que pasó en el terremoto de 2016, fabricar ataúdes de cartón”, cuenta Gonzalo Velázquez, gerente de Papelera Nacional. Siete de las mayores compañías del sector donaron 5.000 ataúdes de cartón para las víctimas de coronavirus en una veintena de ciudades. Las empresas cartoneras contrataron más personal y, durante tres semanas, dedicaron una línea de producción a los ataúdes de cartón. Cuando pase la pandemia, sin embargo, detendrán las máquinas. “Nadie quiere enterrar a un familiar en una caja de cartón, esto fue una forma de ayudar en una situación catastrófica, como en el terremoto”, reconoce.

El municipio de Guayaquil, de hecho, recibió críticas cuando anunció la donación de ataúdes de cartón a las familias de las víctimas. Que no era digno, protestaba la gente. El argentino Alejandro Faks lleva diez años luchando contra el miedo de las autoridades “al que dirán”. “Tengo consultas del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y Tucumán (norte). Me han preguntado si sigo en pie, para saber si estoy disponible y sigo vendiendo. Pero están esperando el hecatombe para comprar al día siguiente. Tienen miedo de lo que pueda decir la gente”, dice Faks.

El empresario es dueño de Restbox, la única empresa de América Latina que se dedica exclusivamente al diseño y fabricación de ataúdes de cartón. Desde el inicio de la pandemia, ha duplicado sus ventas a las funerarias que abastece habitualmente en Argentina. Ha recibido además decenas de llamadas desde el exterior, pero ningún pedido concreto. Faks dice que sus ataúdes cuestan sólo 40 dólares, pero duplican su valor cuando se le suma el costo de la exportación. Los ataúdes de cartón no contaminan porque no utilizan lacas ni barnices y la capacidad de fabricación es casi ilimitada. La cuestión a resolver es el “shock cultural”, dice Fask, y ofrece como alternativa meter la caja de cartón dentro de un ataúd de madera alquilado o cubrirlo con una manta papal.

“Una gran parte de los ciudadanos no les gusta el aspecto del cartón, porque les parece que se trasladara mercadería de alimentos. Pero para que no impacte visualmente, pensamos en imprimirle texturas de madera o flores”, dice Cristian Cáceres, jefe de proyectos de la cartonera chilena Paper Project. La empresa intentó vender ataúdes de cartón, pero chocó con los estándares locales de impermeabilidad y sellado hermético. “La madera, por sí sola, tampoco es impermeable. Lo que es impermeable es la caja metálica que va dentro del cajón -la cuna de latón que va sellada y soldada- que es de fácil confección y elaboración. El costo y la demora está en el ataúd de madera, que en Chile se fabrica prácticamente de forma artesanal por maestros carpinteros”, explica Cáceres.

Un ataúd de cartón cuesta en Chile unos 123 dólares, contra 370 dólares de uno de madera. Paper Project lucha desde hace años para entrar en el negocio funerario. No fue sino hasta la explosión de la covid-19 en China, sin embargo, que apuró el proyecto. Ahora dependen de una autorización oficial.

Con 220.000 casos positivos, Perú es el segundo país de América Latina con más casos de coronavirus, detrás de Brasil. De los 9.300 muertos registrados, al menos 3.900 ocurrieron en Lima, donde la cifra puede triplicarse si, como en Ecuador, se sigue la cura ascendente de las actas de defunción. La portavoz de la empresa de corrugado Carvimsa en Lima indica que desde inicios de abril entregaron un millar de ataúdes de cartón a Mapfre y Campofe, que administran cementerios privados, a razón de 100 dólares cada uno. “Estamos buscando también alguna institución que realmente necesite para hacerles una donación de estos ataúdes”, comenta la ejecutiva. Las cajas de Carvisma pueden soportar hasta 100 kilogramos, tienen 1,90 centímetros de largo y pesan 13 kilos.

El martes 23, el principal crematorio en Lima había incinerado más de 5.000 cadáveres, la mayoría de ellos en ataúdes de melamina (MDF). “Hemos usado relativamente pocos ataúdes de cartón por una razón muy sencilla: los costos. Tengo un hermano que los fabrica en MDF y me los vende más baratos que los de cartón”, dice Henry Gonzales, gerente general de Piedrangel, la agencia funeraria que ha cargado con la mayor cantidad de fallecidos por la covid-19 en la capital peruana.

Gonzales compró los ataúdes de cartón a personas que habían importado el producto y a un fabricante peruano de corrugados. “Pensé en importarlos, pero está demorando demasiado. Mi hermano no se dedicaba a esto, él fabricaba muebles, pero al inicio de la pandemia no teníamos suficientes féretros para tanta demanda, así que se adaptó al material”, explica. Desde que empezó la pandemia, los siete hornos que administra Gonzales en Lima trabajan 24 horas para cremar unos sesenta cuerpos por día.

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