Un movimiento formado por padres y madres en duelo ante la crisis climática busca concienciar sobre la necesidad de combatir el calentamiento global

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En el marco de las protestas del Dia de Acción Global por el clima, uno de los movimientos más llamativos y polemicos fue el  BirthStrike o huelga de nacimientos, que desde el 1 de septiembre ha pasado a llamarse Grieving Parenthood in the Climate Crisis: Channelling Loss into Climate Justice.

La idea es la misma: madres y padres que deciden no traer a más personas a este mundo. No quieren criar a sus hijos e hijas en el que consideran es un planeta en declive. Al mismo tiempo, con su decisión evitan las emisiones de gases de efecto invernadero que se derivan de cada nueva vida que llega al planeta.

Por cada vástago de menos que se tiene, las emisiones de dióxido de carbono (CO2) –principal gas causante del calentamiento global– se reducen en 58,5 toneladas al año, según un estudio de una universidad sueca. De hecho, la investigación concluye que tener un hijo menos es la acción individual con el mayor impacto positivo sobre el medio ambiente. Es un impacto superior al de una vida sin coche, que supone un ahorro de 2,4 toneladas de emisiones de CO2 al cabo de un año.

Pero no es lo mismo gestar una criatura en Suecia que en un país del tercer mundo. El recién publicado informe Combatir la desigualdad de las emisiones de carbono , de Oxfam Intermón, señala que el 1% más rico de la población mundial ha sido responsable de más del doble de la contaminación por carbono que la mitad más pobre de la humanidad, conformada por 3.100 millones de personas, durante el cuarto de siglo en el que las emisiones han alcanzado niveles sin precedentes (del 1990 al 2015).

Uno de los argumentos detrás del cambio de denominación del movimiento BirthStrike es desvincularlo de la problemática de la superpoblación y reconducirlo hacia la gravedad de la crisis climática. Pero los datos pueden ser tozudos. La población mundial ha registrado y seguirá registrando un crecimiento exponencial, poniendo al límite los recursos naturales del planeta.

En 1950, se estimaba que había en el planeta 2.600 millones de personas. En el año 2000, ya había 6.000 millones de habitantes, que se han convertido en 7.700 millones en la actualidad, y se espera que la cifra aumente hasta los 9.700 millones en el 2050, según datos de Naciones Unidas. Es decir, en un siglo se pasará de 2.600 millones de almas a 9.700 millones, casi cuatro veces más.

Más allá de la capacidad de la Tierra para alimentar a una población que crece exponencialmente, la otra gran problemática es dónde y cómo van a vivir los millones de habitantes cuyos hogares ya sufren las consecuencias del calentamiento global. El Banco Mundial estima que para el año 2050, los impactos cada vez mayores de la crisis climática en tres regiones densamente pobladas del mundo podrían provocar el desplazamiento de más de 140 millones de personas dentro de sus respectivos países, lo que traería aparejada una inminente crisis humanitaria y supondría una amenaza para proceso de desarrollo.

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