Un estudio llevado a cabo en Barcelona muestra que las personas sometidas a mayores niveles de partículas en suspensión tienen la presión más alta.

Crédito: Mané Espinosa / La Vanguardia

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La contaminación atmosférica provocada, en buena parte, por el tráfico se asocia a la presión arteria elevada de los ciudadanos, según apuntan los resultados de una investigación liderada por expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Los resultados de este estudio centrado en la concentración media diaria de partículas ultrafinas en Barcelona y su impacto en más de 500 pacientes, han sido publicados en la revista Journal of Hypertension.

Los investigadores han observado que un incremento de la concentración diaria de contaminación atmosférica por material particulado ultrafino (con un diámetro inferior a 100 nanómetros) está asociada a un “aumento significativo” de la presión arterial, medida a través del monitoreo ambulatorio mediante holter (un dispositivo portátil que mide la frecuencia cardiaca) durante 24 horas.

El estudio que ahora se publica profundiza en una asociación entre exposición a la contaminación y presión arterial que ya ha sido expuesta en otras investigaciones a escala internacional.

En uno de los ejemplos más conocidos en este campo, un equipo de la Universidad de Bown (Estados Unidos) publicó en 2014 los resultados de un investigación en la que se mostraba que las personas que viven cerca de una carretera o una calle con mucho tráfico tienen un riesgo sensiblemente más elevado de padecer hipertensión -presión arterial alta- que el resto de la población

En este caso fue analizado el historial médico de 5.400 mujeres post-menopáusicas que viven en el área metropolitana de San Diego. Los resultados de esta investigación fueron publicados en el Journal of the American Heart Association.

Los datos analizados en este estudio norteamericano indicaban que, independientemente del nivel de vida o la alimentación, las mujeres que viven a menos de 100 metros de una calle o carretera principal o arterial tiene un 22% de riesgo mayor de padecer hipertensión que las mujeres que vivían más alejadas del bullicio motorizado. De hecho, el estudio establece una relación estadística clara y proporcional entre presión arterial y proximidad con las zonas de tráfico.

“Las partículas ultrafinas, cuya principal fuente de emisión en áreas urbanas es el tráfico, es un factor de riesgo cardiovascular y, tal y como hemos observado en el estudio, también en el control de la presión arterial. En concreto, un incremento de 10.000 nanómetros de partículas ultrafinas está asociado con aproximadamente un aumento de 3 milímetros de mercurio de los niveles de presión arterial diastólica”, explica el investigador del CSIC Aurelio Tobías, que trabaja en el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA).

“La presión arterial es uno de los factores de riesgo más importantes de las enfermedades cardiovasculares. Un incremento significativo de la presión arterial puede conllevar riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular, un ataque cardíaco, insuficiencia cardíaca, enfermedad renal o muerte prematura”, resalta Tobías.

En esta investigación se han empleado datos del registro Cardiorisc, correspondientes a 521 pacientes en la ciudad de Barcelona, entre 2009 y 2014. Cardiorisc recoge a nivel nacional pacientes seleccionados por sus médicos en 223 centros de atención primaria pertenecientes al Sistema de Salud Español, donde se recogen datos diarios del monitoreo ambulatorio de la presión arterial.

Aparte de incrementar los síntomas cardiovasculares, la contaminación atmosférica también aumenta los respiratorios, indica el investigador del CSIC. “Estudios recientes muestran los efectos negativos en el aparato reproductor y el sistema nervioso.

También afecta al desarrollo neuronal e incrementa el riesgo de cáncer, sin olvidar el gasto derivado que conlleva para el sistema sanitario. Es urgente actuar ya”, advierte.

Según los científicos, las medidas puestas en marcha para reducir el tráfico en las grandes ciudades no son suficientes.

En el proyecto AIRUSE, investigadores del IDAEA dirigidos por Xavier Querol proponen seis medidas para lograr ciudades respirables: ceder competencias en materia de calidad ambiental a las áreas metropolitanas; mejorar el transporte metropolitano; reducir los coches con un peaje de entrada a la ciudad; fijar zonas de bajas emisiones para que los coches que entren sean limpios; repensar la distribución urbana de mercancías, y transformar, rediseñar y pacificar las ciudades y su entorno urbano cuando se haya reducido el volumen del tráfico.

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