La actual crisis climática favorece que los mosquitos estén conquistando nuevos territorios, llevando consigo virus como dengue, zica o chikungunya.

mosquito

La amenaza no sólo llega por vía aérea. Por tierra, el aumento de las temperaturas está derritiendo los suelos del permafrost –la capa de suelo permanentemente congelada en las regiones polares–, despertando virus y bacterias antiguos que permanecían dormidos. Por mar, las tormentas y crecidas del nivel del agua pueden ser responsables del transporte de norovirus.

Los efectos de la crisis climática en la transmisión de enfermedades víricas ha sido uno de los temas tratados en el XV Congreso de Virología de la Sociedad Española de Virología y el 11ª encuentro internacional de la Red Global de Virus (Global Virus Network - GVN), organizados por el Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries (Irta) a través de la Fundación Centre de Recerca en Sanitat Animal (Cresa). “El cambio climático es un tema ineludible cuando se habla de virus y enfermedades víricas porque conlleva que puedan haber vectores de enfermedades donde antes no era posible”, explica Joaquim Segalés, presidente del comité organizador de las jornadas, que han tenido lugar esta semana en Barcelona y han reunido a científicos de todo el mundo expertos en virus.

Albert Bensaid, investigador del Irta-Cresa, habla de dos posibles escenarios. “Uno con un clima más tropical y húmedo, con un incremento de los insectos y con mayor riesgo de enfermedades nuevas”, señala el experto. En la segunda hipótesis, el tiempo será “más cálido y seco, con menos agua y menos insectos, pero con riesgo de que cuando llueva mucho haya brotes muy importantes de mosquitos, como sucede en ciertos países del África”. El que está claro, según Bensaid, es que “la temperatura del mar aumentará sí o sí, lo que puede favorecer que haya más Norovirus, que provocan diarreas”.

La amenaza también se encuentra bajo suelo. En concreto, en el permafrost. En verano del 2016, una ola de calor en Siberia derritió el hielo que cubría el esqueleto de un reno que había muerto por ántrax hacía 75 años. Un niño de 12 años falleció y al menos veinte personas fueron hospitalizadas después de haber sido infectadas por el brote de ántrax que se desencadenó. Otras enfermedades potencialmente mortales podrían despertar a medida que el permafrost se vaya fundiendo.

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