En las profundidades de África central palpita una de las selvas más desconocidas e intactas del planeta, repartida entre seis países.

Crédito: A. FASSIO / CIFOR / EL PAÍS

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Más de 200 millones de hectáreas que en gran medida permanecen como un misterio para la ciencia y que, a diferencia de la Amazonia o de los bosques tropicales de Indonesia, todavía están ausentes de los catálogos turísticos y de las prioridades de muchas agroindustrias. Sin embargo, la demanda creciente de alimentos, madera y carbón, la falta de oportunidades económicas y el comercio ilegal de especies están empezando a carcomer los rincones más prístinos de la Cuenca del Congo. Unos bosques que sustentan a 60 millones de personas; cobijan a una de cada cinco especies conocidas, incluyendo unas 10.000 de plantas, y regulan el clima y los patrones de lluvia en el mundo. No en vano, son el segundo pulmón verde del planeta tras la Amazonia.

“Necesitamos comprender con urgencia cómo funcionan los bosques de África central para diseñar planes de gestión sostenibles que beneficien a las comunidades, al clima y a la biodiversidad al mismo tiempo”, afirma Paolo Cerutti, uno de los grandes expertos mundiales en la materia y responsable del proyecto Formación, Investigación y Medio Ambiente en Tshopo (Forets), en el norte de la República Democrática del Congo (RDC). La iniciativa, financiada por el XI Fondo Europeo de Desarrollo y coordinada por el Centro para la Investigación Forestal Internacional (Cifor), promueve el desarrollo sostenible en torno a la reserva de la biosfera de Yangambi, además de formar a la primera gran generación de expertos forestales del país y romper un aislamiento científico alimentado por décadas de fragilidad y violencia.

Las principales causas de degradación de la jungla en la RDC son la producción de carbón y la agricultura de tala y quema, seguidas por la extracción de especies maderables y la minería. “Normalmente, los leñadores artesanales talan de forma selectiva árboles que interesan a los sectores de la carpintería y la construcción”, explica la experta científica del proyecto Silvia Ferrari. “Después, la población local corta el resto de los árboles para hacer carbón y, en una última etapa, quema toda la vegetación de la zona para cultivar alimentos como la casaba. La productividad es ínfima y la tierra se agota enseguida, por lo que el ciclo se repite en otro lugar, devorando el bosque de forma progresiva”.

Este círculo vicioso supone un reto considerable para Forets y sus socios congoleños, sobre todo teniendo en cuenta el punto de partida: una población que se ha doblado en solo 20 años y sigue creciendo; la dependencia del carbón y la leña, que aportan el 80% de la energía primaria en el África subsahariana y no tienen un sustituto inmediato; así como la demanda de maderas nobles en el continente y en mercados extranjeros como China. El panorama es complejo, pero hay salidas, empezando por conocer mejor cómo son y cómo funcionan los bosques de África central.

El conocimiento urge en muchas áreas. Por ejemplo, el 70% de las exportaciones de madera en la RDC recae en solo 10 especies, lo que amenaza su pervivencia. Es fundamental explorar otras especies de potencial interés económico para reducir la presión sobre estos árboles, pero no cuentan con suficientes científicos.

Hasta hace poco, los científicos que estudiaban árboles en la Cuenca del Congo tenían que llevar sus muestras a Europa —o más lejos— para analizarlas. Algunos investigadores congoleños que querían realizar estudios interesantes sobre anatomía de la madera, pero tuvieron que abandonar ya que no existía el equipamiento adecuado en la región. En otros casos, el dinero se acabó y las muestras acabaron apiladas a orillas del río Congo, echándose a perder junto a cargamentos de caucho y carbón vegetal.

La Estación de Investigación de Yangambi acaba de abrir el primer laboratorio de biología de la madera en África subsahariana. Una instalación puntera junto al bosque que permitirá a investigadores nacionales e internacionales comprender cómo funcionan los árboles en la Cuenca del Congo. “La madera supone el 98% de la biomasa del bosque tropical, por lo que difícilmente podemos comprender la selva sin conocer este componente", explica Hans Beeckman, responsable del Servicio de Biología de la Madera del RMCA y uno de los impulsores de la instalación.

En los próximos días andarán por arroyos, dormirán en catres de ramas y sacos tensados, y compartirán pescado seco junto a la hoguera de un campamento científico. Por la mañana se enfundarán las ropas empapadas del día anterior y seguirán andando en la penumbra del dosel arbóreo, escuchando las explicaciones de Luambua sobre su investigación e intercambiando ideas sobre los pasos a seguir. El último pedazo de casaba que coman antes de regresar a Yangambi se lo ofrecerá un joven que, machete en mano, descansa entre las ascuas típicas de la agricultura de tala y quema, una forma de pan para hoy y hambre para mañana.

Los bosques de la Cuenca del Congo concentran el 70% de la cobertura forestal del continente, y actúan de termostato natural para la región y para el mundo. El término sostenibilidad, que se ha generalizado en las últimas tres décadas, ya se utilizaba en la Alemania del siglo XVIII para referirse a la gestión racional de los macizos forestales. Para Beeckman, ello muestra que “la idea de extraer recursos de un bosque sin degradarlo no es nada nuevo”.

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