La Unión Europea tiene previsto prohibir el uso de este producto para enero de 2020, por sus efectos genotóxicos y neurológicos en el desarrollo de los niños.

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Crédito: DIBYANGSHU SARKAR / AFP

El clorpirifós es un insecticida organofosforado ampliamente utilizado en el control de plagas agrícolas - principalmente en cultivos de soja, maíz, trigo y girasol- que actúa inhibiendo la acetilcolinesterasa y causando envenenamiento por colapso del sistema nervioso del insecto.

Pese a ser uno de los productos más vendidos para el control de plagas, hasta la fecha se ha mantenido lejos del foco mediático y son muy pocos los que lo conocen.

Sin embargo, está presente en muchos de los alimentos que ingerimos, con lo que se ha convertido en una amenaza también para la especie humana, como ocurre con otros pesticidas que afectan a otros organismos que no son el objetivo de los tratamientos.

A día de hoy, el potencial genotóxico del clorpirifós sigue siendo incierto, aunque se han identificado casos positivos de aberración cromosómica en diferentes estudios. Asimismo, el pasado mes de agosto, la Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos (EFSA, por sus siglas en inglés), confirmó en su última evaluación del plaguicida sus efectos genotóxicos y neurológicos en el desarrollo de los niños.

En la Unión Europea, donde el cloropirifós se autorizó por primera vez en 2006, en enero de 2020 vence la actual autorización para su uso y, tras hacerse público el último informe de la EFSA, todo apunta a que el clorpirifós tiene aquí los días contados por los riesgos que implica para la salud humana, la fauna y el medioambiente.

Diversos estudios han mostrado en los últimos años que los residuos y metabolitos de clorpirifós están presentes en muchos productos de alimentación.

Según un análisis publicado el pasado mes de junio por la organización Pesticide Action Network , el clorpirifós está entre los 15 pesticidas más abundantes en los alimentos, y sus residuos se han detectado sobre todo en los cítricos. En concreto, el informe revela que el clorpirifós se encuentra en uno de cada cuatro pomelos y limones, así como en un tercio de las naranjas y mandarinas.

En Europa, donde las autorizaciones comunitarias a los pesticidas se van renovando periódicamente a la luz de los hallazgos científicos, una decisión que depende en última instancia de los Estados miembros, algunos países tienen prohibido el uso del clorpirifós, como es el caso de Alemania, Irlanda, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Eslovenia, Letonia y Lituania.

En España, en cambio, su uso está aún permitido y el clorpirifós, comercializado con denominaciones como Brodan, Detmol UA, Dowco 179, Dursban, Empire, Eradex, Inaclor, Lorsban, Paqeant, Piridane y Scout, se encuentra en una de cada cinco frutas, entre ellas, en el 40 % de las naranjas y el 35 % de las mandarinas, según Pesticide Action Network.

En Estados Unidos se prohibió su uso dentro de viviendas en el año 2000 por ser demasiado tóxico para los niños, pero se mantuvo su uso agrícola. La Agencia para la Protección Ambiental (EPA) estadounidense había iniciado en 2015 el proceso para prohibirlo definitivamente, pero en 2017 puso freno con la llegada de la administración de Donald Trump, que rechazaba limitar su empleo. Sin embargo, el pasado mes de agosto, una Corte de Apelaciones ordenó al Gobierno prohibirlo en un plazo de 60 días.

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