James Wakibia, por el 2013, decidió agarrar su cámara y tomar fotografías de los montones de desechos que había acumulados en su ciudad.

Crédito:  O. G / EL PAÍS

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James Wakibia nunca hubiera pensado que terminaría convirtiéndose en un activista por el medio ambiente. Tampoco que a su campaña por Twitter con la etiqueta #banplasticsKE (prohibir los plásticos en Kenia) se sumarían miles de personas, compartiéndola por las redes sociales. Su historia empezó cuatro años antes de que el gobierno de Kenia en 2017 aprobara la ley que prohíbe las bolsas de plástico, y es un buen ejemplo de cuan lejos se puede llegar con el activismo.

Cada mañana James solía andar de camino al trabajo por la carretera que atraviesa Gioto, el mayor vertedero de la ciudad de Nakuru, a 150 kilómetros de Nairobi. Desde allí hay una vista fantástica de la ciudad rodeada de colinas verdes que terminan en el lago Nakuru, una joya de parque natural en el Gran Valle del Rift. Pero lo que le molestaba era la gran cantidad de basura y plásticos acumulados en los arcenes que sobrepasaban los límites del vertedero: “Las bolsas colgaban de los árboles, las botellas de refresco se acumulaban en las charcas, y las cabras que pacían por allí solo encontraban eso para comer” recuerda.

Fue en el año 2013 cuando decidió coger su cámara y tomar fotografías de los montones de desechos, la mayoría bolsas de un solo uso de los supermercados, que había acumulados. Las imágenes las colgaba en una cuenta de Twitter llamada The streets of Nakuru (las calles de Nakuru) donde pedía el cierre del vertedero de Gioto. La cuenta ya no existe. Al mismo tiempo, consiguió reunir más de 5.000 firmas de los vecinos que envió a las autoridades medioambientales del condado. “Hicimos mucho ruido hasta conseguir el compromiso gubernamental de que el vertedero estaría mejor gestionado y la basura ya no se acumularía en la carretera”. Pero con la llegada de la estación de lluvias, el agua y el viento volvieron a arrastrar a montañas de plástico en el mismo lugar.

“Entonces me di cuenta de que el problema era que usábamos demasiadas bolsas de plástico”. Pone como ejemplo: “Hace dos años cuando ibas al supermercado te daban más de seis bolsas: una para el pan, una para los cereales, una para las toallas sanitarias y otras cosas del baño, otra para la comida… Y como pesaba mucho, ¡te ponían una más grande para que no se rompiera!”.

Un estudio de Naciones Unidas realizado antes de la prohibición puso cifra a este malgasto: cada año en Kenia se daban en los comercios cien millones de bolsas de plástico. En un país con serias carencias en la gestión de residuos y basura, el destino de ellas era terminar quemadas en vertederos descontrolados como el de Gioto o acumularse en los ríos y lagos del país hasta llegar al mar.

Dos años más tarde, lo que había sido hasta entonces un pasatiempo para ayudar a la comunidad se convirtió en un una obsesión para Wakibia. Sacaba tiempo de donde fuera para compaginarlo con su trabajo y su familia: “Cada día recorría la ciudad, tomaba fotos, las colgaba en Internet, escribía artículos para los periódicos pidiendo la prohibición de las bolsas de plástico, organizaba manifestaciones... Aunque no ganaba dinero, estaba decidido a continuar”. Con mucho esfuerzo y persistencia las cuentas que gestionaba en redes alcanzaron más de 20.000 seguidores, con centenares de retuits en Nairobi y Mombasa que le permitieron conectar con otros activistas medioambientales del país. A la campaña le dieron likes otros periodistas, blogueros, artistas, diseñadores, modelos y demás influencers... Hasta que la miembro del gabinete del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales Judi Wakhungu tuiteó con su etiqueta: #IsupportbanplasticKE (apoyo la prohibición de los plásticos).

Hoy, James se pasea por el mercado de Nakuru con su cámara en el hombro y una camiseta donde se lee #Rethinkplastics (repensar los plásticos). Se para en una tienda, pide medio kilo de azúcar y se lo dan envuelto en plástico. “Esto es ilegal, no me lo puedes vender así” dice. “Perdona, tengo aquí las bolsas de tela” se excusa la vendedora. A pesar de que situaciones como esta no son del todo extrañas, James asegura que “las bolsas de plástico han desaparecido del día a día, ahora las calles de Nakuru están mucho más limpias y la gente está más concienciada”.

Desde Nairobi, Amos Wemanya, de Greenpeace Africa, también ve las calles de la capital menos sucias, y cree que en las tiendas y supermercados se respeta la prohibición. Wemanya remarca la importancia de que la medida se haya extendido desde hace unos meses a todo tipo de plásticos de un solo uso como vasos, bolsas, cañitas y botellas que ya no se podrán usar en los parques naturales, las playas y los bosques protegidos en todo el país.

Amos admite que aún hay mucho espacio para mejorar: “Con la prohibición actual solo resolvemos la mitad del problema ya que aún quedan muchos otros plásticos que se usan a diario y que terminan en el medioambiente”. Otro reto que señala es la necesidad de hacer frente al contrabando ilegal de bolsas desde Uganda “por lo que haría falta una legislación común en toda África del Este para evitarlo”. Ruanda y Tanzania ya han dado este paso.

Si bien existen alternativas al plástico, es cierto que las bolsas de yute, papel, tela o sisal son más caras de producir y el coste se traslada a los consumidores. Pero para Wemanya son la única alternativa posible, además de la inversión y la apuesta “en soluciones ecológicas que permitan la reutilización o en las botellas que se puedan rellenar”.

Concienciar sobre el consumo y hacer pasos hacia la prohibición de las botellas de plástico son las siguientes campañas que se propone James, que ahora se conecta con activistas en Austria, Sri Lanka o Zambia para intercambiar experiencias. Él tiene claro que aunque haya menos plásticos en la carretera de Nakuru que toma cada mañana para ir a trabajar, el problema aún esta lejos de desaparecer.

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