Los grupos femeninos se consolidan en la música festiva mexicana y avanzan las formaciones mixtas.

Crédito: EL PAÍS / TERESA DE MIGUEL

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En la Unión Mexicana de Mariachis, con base en la capital del país, hay registrados 1.613 músicos y solo ocho son mujeres. El presidente, Víctor Sánchez advierte que “eso no quiere decir que no las haya”. Pero sirve para hacerse una idea. Cerca de la plaza Garibaldi, una de las mecas del mariachi, hay una escuela donde se forman estos músicos, la Ollin Yoliztli y las alumnas apenas representan, año tras año, un 10% de los matriculados.

En la capital de Jalisco, Guadalajara, que solo decirlo ya suena a guitarrones y trompetas, “hay unas 50 agrupaciones y solo media docena son de mujeres”, señala Verónica Oviedo, una de las pioneras, que representa a dos grupos de mariachis femeniles, Mujer Mexicana y Mujer Latina. Dice que a algunas mujeres no les hace ni pizca de gracia que el novio contrate un mariachi femenino para darles la serenata. “Otros nos dicen que tocamos bien para ser mujeres y algunos sostienen que nuestra música no suena igual. Que nos pongan detrás de una cortina, a ver si distinguen”, reta Verónica Oviedo.

Así están las cosas y están mucho mejor que hace años. El grupo de Oviedo tiene ya tres lustros y hay otros de parecida edad. Se llaman así, femeniles, porque están compuestos en su totalidad por mujeres que, de esta forma pueden tocar, no solo cantar, un arte en el que se las discrimina menos. Y dicen que encuentran clientela para vivir del oficio. Trabajan en hoteles, en restaurantes y en toda clase de celebración: “Aquí si hay un nacimiento se contrata un mariachi, si un entierro, también, un divorcio, una boda, cualquier fiesta”, dice Oviedo. Pero sabe que las mujeres aún encuentran muchos palos en las ruedas: “El esquema social es así, te casas, cuidas a la familia y ya no puedes dedicarte por entero a la música, mucho menos hacer giras largas”. Eso si no te encuentras con la prohibición expresa del padreo del marido.

Es muy común que muchas de estas mujeres provengan de familias con pasado musical, padres, hermanos o abuelos mariachis. En esos casos los muros son más leves. “En este oficio ellas andan de madrugada, en transportes, con otros hombres y con la lamentable inseguridad de este país, ese estilo de vida se presta menos a la mujer”, explica la directora de la escuela Ollin Yoliztli, Vanessa Velasco Martínez. Pero se muestra orgullosa de “cómo aumentan los encuentros femeniles y los talleres en los que ellas participan”. Ahora tienen tres alumnas en la academia que estudian guitarrón, quizá el instrumento más inclemente: “Se necesita mucha vocación, te lastimas las yemas de los dedos”.

Esa tradición masculina a la que tantos apelan “no es más que machismo”, zanja el experto del Centro Nacional de Investigación Musical de México Guillermo Contreras Arias, cuyos conocimientos pueden remontarse a tiempos precortesianos en busca del origen del mariachi. “Hay antecedentes en tríos novohispanos y también en las orquestas de cámara varios siglos después, que fueron incorporando repertorio popular y a las que las mujeres se sumaron pronto, porque entre las clases pudientes era de buen gusto adquirir conocimientos musicales además de la costura y otras gracias, como las llamaban”, dice el investigador.

Contreras Arias, que también imparte clases de Organología en la UNAM, recuerda también la fama que alcanzaron con el mariachi “las adelitas”, mujeres vinculadas a la revolución que actuaban en las cantinas. También amenizaban los palenques mientras los hombres se entretenían con las peleas de gallos. “Eran gerrilleras y algunas cantaban pero también tocaban”, explica.

En 1934, el general Lázaro Cárdenas llega al poder. Nacido en Jiquilpán (Michoacán) gusta de incorporar el mariachi en sus representaciones públicas, como en tiempos del dictador Porfirio Díaz se potenció la música de cámara. “Y quizá en esa época se consolida una imagen del mariachi masculino, porque eran los más famosos entonces, que ahora se reivindica como la tradición”, sostiene el profesor Contreras Arias. Pero niega que las mujeres no hayan participado en estos conjuntos musicales desde tiempos antiguos. Hay estampas en blanco y negro de mediados del XX que así lo acreditan.

“Lo fascinante ahora”, continua, “es que el mariachi femenino tiene formación académica”. Cierto. Donde la tradición cierra los caminos, las escuelas los abren. En la academia Ollin Yoliztli perfecciona sus conocimientos de violín Carmen Cázarez, que actúa en la plaza Garibaldi con su grupo mixto Viajeros de América. Estos grupos mezclados son aún escasos porque las mujeres encuentran más dificultad que reuniéndose solo ellas. Pero en el de Cázarez le acompañan al violín Marlén Ramírez, de 18 años, y Andrea, de 20, que todavía lucen en la cara la erupción adolescente. Andrea está acabando sus estudios y quiere ser sobrecargo. Le gusta volar. “Llegará un punto en que dé igual si eres hombre o mujer, nosotras tocamos igual o mejor”, dice.

Y sus compañeros las acompañan con las trompetas y las guitarras mientras sigue la parranda lánguida en la plaza Garibaldi, que por momentos se convierte en una caja de grillos donde los instrumentos y las voces de unos mariachis y otros se disputan el espacio. Cuando la lluvia se decide, por fin, rayando la media noche, el grupo de Cázarez se refugia bajo un toldo para entonar los últimos sones alrededor de la mesa donde sus clientes arraciman botellas de cerveza amortizadas. Cázarez soñaba con tocar algún día en esta plaza. Ahora piensa ya en fusionar su música con el flamenco, en España, "salir a conocer". Y no deja de estudiar violín en la academia: “Así puedo enseñar a mis muchachas”.

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